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El Domingo Digital

4 de julio: De la feria. Verde. Santa Isabel de Portugal (ML). Blanco.

4 de julio: De la feria. Verde. Santa Isabel de Portugal (ML). Blanco.

Chile San Pablo |

LECTURA Gn 23, 1-4.19; 24, 1-12. 15-16. 23-25. 32-34. 37-38. 57-59. 61-67

Lectura del libro del Génesis.

Sara vivió ciento veintisiete años, y murió en Quiriat Arbá –actualmente Hebrón– en la tierra de Canaán. Abra­ham estuvo de duelo por Sara y lloró su muerte. Después se retiró del lugar donde estaba el cadáver, y dijo a los descendientes de Het: «Aunque yo no soy más que un extranjero residente entre ustedes, cédanme en propiedad alguno de sus sepulcros, para que pueda retirar el cadáver de mi esposa y darle sepultura». Luego Abraham enterró a Sara en la caverna del campo de Macpelá, frente a Mamré, en el país de Canaán. Abraham ya era un anciano de edad avanzada, y el Señor lo había bendecido en todo. Entonces dijo al servidor más antiguo de su casa, el que le administraba todos los bienes: «Coloca tu mano debajo de mi muslo, y júrame por el Señor, Dios del cielo y de la tierra, que no buscarás una es­posa para mi hijo entre las hijas de los cananeos, con los que estoy viviendo, sino que irás a mi país natal, y de allí traerás una esposa para Isaac». El servidor le dijo: «Si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿debo hacer que tu hijo regrese al país de donde saliste?». «Cuídate muy bien de llevar allí a mi hijo», replico Abraham. «El Señor, Dios del cielo, que me sacó de mi casa paterna y de mi país natal, y me prometió solemnemente dar esta tierra a mis descendientes, enviará su Ángel delante de ti, a fin de que puedas traer de allí una esposa para mi hijo. Si la mujer no quiere seguirte, quedarás libre del juramento, que me haces; pero no lleves allí a mi hijo». El servidor puso su mano debajo del muslo de Abraham, su señor, y le prestó juramento respecto de lo que habían hablado. Luego tomó diez de los camellos de su señor, y to­mando consigo toda clase de regalos, partió hacia Arám Naharaím, hacia la ciudad de Najor. Allí hizo arrodillar a los camellos junto a la fuente, en las afueras de la ciudad. Era el atardecer, la hora en que las mujeres salen a buscar agua. Entonces dijo: «Señor, Dios de Abraham, dame hoy una señal favorable, y muéstrate bondadoso con mi patrón Abraham». Aún no había ter­minado de hablar, cuando Rebeca, la hija de Betuel, apareció con su cántaro sobre el hombro. Era una joven virgen, de aspecto muy hermoso. El hombre le preguntó: «¿De quién eres hija? ¿Y hay lugar en la casa de tu padre para que podamos pasar la noche?». Ella respondió: «Soy la hija de Betuel, el hijo que Milcá dio a Najor». Y añadió: «En nuestra casa hay paja y forraje en abundancia, y también hay sitio para pasar la noche». El hombre entró en la casa. Pero cuando le sirvieron de comer, dijo: «No voy a comer si antes no expongo el asunto que traigo entre manos. Soy servidor de Abraham. Mi patrón me hizo prestar un juramento diciendo: “No busques una esposa para mi hijo entre las hijas de los cananeos en cuyo país resido. Ve, en cambio, a mi casa paterna, y busca entre mis fa­miliares una esposa para mi hijo”». Ellos dijeron: «Llamemos a la muchacha, y preguntémosle qué opina». Entonces llamaron a Rebeca y le preguntaron: «¿Quieres irte con este hombre?». «Sí», respondió ella. Ellos despidieron a Rebeca y a su nodriza, lo mismo que al servidor y a sus acompañantes. Rebeca y sus sirvientas montaron en los came­llos y siguieron al hombre. Éste, tomó consigo a Rebeca, y partió. Entretanto, Isaac había vuelto de las cercanías del pozo de Laja¡ Roí, porque estaba radicado en la región del Négueb. Al atardecer salió a caminar por el cam­po, y vio venir unos camellos. Cuando Rebeca vio a Isaac, bajó del camello y preguntó al servidor: «¿Quién es ese hombre que viene hacia nosotros por el campo?». «Es mi señor», respondió el servidor. Entonces ella tomó su velo y se cubrió. El servidor contó a Isaac todas las cosas que había hecho, y éste hizo entrar a Rebeca en su carpa. Isaac se casó con ella y la amó. Así encontró un consuelo después de la muerte de su madre. Palabra de Dios.

Comentario: El relato muestra el compor­tamiento del pueblo de Israel: “No tomar por esposa a mujeres de Canaán y no regresar a la tierra de Abraham”. En este entramado de costumbres, el pueblo de Israel experimenta la presencia de un Dios que guía, bendice y provee de lo necesario para el cumplimiento de la promesa: la descendencia y la posesión de un territorio.

SALMO Sal 105, 1-5

R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno!

¡Den gracias al Señor, porque es bue­no, porque es eterno su amor! ¿Quién puede hablar de las proezas del Señor y proclamar todas sus alabanzas? R.

¡Felices los que proceden con rectitud, los que practican la justicia en todo tiempo! Acuérdate de mí, Señor, por el amor que tienes a tu pueblo. R.

Visítame con tu salvación, para que vea la felicidad de tus elegidos, para que me alegre con la alegría de tu nación y me gloríe con el pueblo de tu herencia. R.

ALELUIA Mt 11, 28

Aleluia. «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré», dice el Señor. Aleluia.

EVANGELIO Mt 9, 9-13

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

Jesús vio a un hombre llamado Ma­teo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con Él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: “Yo quiero misericordia y no sacrificios”. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores». Palabra del Señor.

Comentario: El escándalo que provo­ca Jesús es sentarse en la mesa de un publicano, considerado como pecador o traidor por trabajar para los romanos. Por eso desconcierta a quienes miran más las apariencias que la profundidad de sus motivaciones: prefiero la misericordia a sus sacrificios (rituales, oraciones, etc.) o un pecador arrepentido que un religioso demasiado estructurado o con doble vida.

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