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El Domingo Digital

4 de octubre: San Francisco de Asís, r. (MO). Blanco.

4 de octubre: San Francisco de Asís, r. (MO). Blanco.

Chile San Pablo |

Leccionario Santoral: Gál 6, 14-18; Sal 15, 1-2. 5. 7-8. 11; Mt 11, 25-30.

LECTURA Bar 4, 5-12, 27-29

Lectura del libro de Baruc.

¡Ánimo, pueblo mío, memorial viviente de Israel! Ustedes fueron vendidos a las naciones, pero no para ser aniquilados; es por haber excitado la ira de Dios, que fueron entregados a sus enemigos. Ustedes irritaron a su Creador, ofreciendo sacrificios a los demonios y no a Dios; olvidaron al Dios, eterno, el que los sustenta, y entristecieron a Jerusalén, la que los crió. Porque ella, al ver que la ira del Señor se desencadenaba contra ustedes, exclamó: «Escuchen, ciudades vecinas de Sión: Dios me ha enviado un gran dolor. Yo he visto el cautiverio que el Eterno infligió a mis hijos y a mis hijas. Yo los había criado gozosamente y los dejé partir con lágrimas y dolor. Que nadie se alegre al verme viuda y abandonada por muchos. Estoy desolada por los pecados de mis hijos, porque se desviaron de la Ley de Dios». ¡Ánimo, hijos, clamen a Dios, porque Aquél que los castigó se acordará de ustedes! Ya que el único pensamiento de ustedes ha sido apartarse de Dios, una vez convertidos, búsquenlo con un empeño diez veces mayor. Porque el que atrajo sobre ustedes estos males les traerá, junto con su salvación, la eterna alegría. Palabra de Dios.

Comentario: El pueblo de Israel debe discernir en la situación de diáspora o des­tierro en que se encuentra y, por lo tanto, busca una respuesta concreta: cumplir los mandamientos, arrepentirse y enmendarse. Por eso el Profeta motiva al pueblo a no autoengañarse, encontrando los motivos por los cuales están dónde están y a remediar los errores. Es necesario regresar a Dios con más empeño y, al encontrarlo, reencontrar la alegría perdida.

SALMO Sal 68, 33-37

R. El Señor escucha a los pobres.

Que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor: porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos. R.

Que lo alaben el cielo, la tierra y el mar, y todos los seres que se mueven en ellos. R.

El Señor salvará a Sión y volverá a edificar las ciudades de Judá: el lina­je de sus servidores la tendrá como herencia, y los que aman su nombre morarán en ella. R.

ALELUIA Cf. Mt 11, 25

Aleluia. Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños. Aleluia.

EVANGELIO Lc 10, 17-24

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Al volver los setenta y dos de su misión, dijeron a Jesús llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre». Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo». En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo mantenido ocultas estas cosas a los sabios y prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar». Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!». Palabra del Señor.

Comentario: Dice el evangelio que estos setenta y dos regresaron de su misión llenos de alegría, porque habían experimentado el poder de Cristo contra el mal. En el ejercicio de la caridad, la satisfacción agradable y tan necesaria que experimentamos por haber hecho el bien nos debería llevar a pensar en los méritos que ganamos para el cielo. Sin duda que este es el motivo principal por el cual deberíamos estar contentos, pero no siempre es así, quizá porque aún no sabe­mos alegrarnos con y en las cosas de Dios.

 

 

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