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El Domingo Digital

El grito de Jesús: esperanza en medio del silencio

El grito de Jesús: esperanza en medio del silencio

Chile San Pablo |

En la catequesis del 10 de septiembre de 2025, el Papa León XIV nos invitó a contemplar uno de los momentos más sobrecogedores del Evangelio: la muerte de Jesús en la cruz. No se trató de un final apagado o silencioso, sino de un acto profundamente humano y divino a la vez. El Evangelio de Marcos lo resume con fuerza: «Jesús, dando un fuerte grito, expiró» (Mc 15,37).

Ese grito no fue un gesto de desesperación, sino el último acto de entrega de quien había amado hasta el extremo. En él se concentraban el dolor, el abandono, pero también la fe y la esperanza.

El grito que nace de la fe

Antes de expirar, Jesús pronunció palabras que resuenan en lo más hondo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Es el inicio del Salmo 22, una oración de sufrimiento, pero también de confianza. Para Jesús, no fue una crisis de fe, sino la expresión más sincera de un amor que no se rinde, incluso cuando el Padre parece guardar silencio.

El Papa recordó que este grito no fue inútil: la creación misma respondió con signos —el cielo oscurecido, el velo del templo rasgado— y un pagano, el centurión romano, fue el primero en reconocer en aquel condenado al Hijo de Dios.

El valor espiritual del grito

Muchas veces asociamos el grito con la pérdida de control o la debilidad. Sin embargo, el Evangelio nos muestra que también puede ser oración, súplica y entrega. El Papa León XIV lo expresó con claridad: “Se grita no por desesperación, sino por deseo. Jesús no gritó contra el Padre, sino hacia Él”.

Ese gesto nos enseña que incluso en los momentos más oscuros podemos gritar nuestra esperanza. El grito sincero, orientado a Dios, nunca es ignorado: se convierte en puente hacia la luz, en camino de nueva vida.

Gritar para vivir, gritar para esperar

Desde que nacemos, el grito nos acompaña como señal de vida. Es expresión de dolor, de amor, de necesidad, de confianza. Jesús, en la cruz, nos mostró que no debemos temerlo: puede ser un modo de permanecer vivos y de mantener la esperanza.

En el camino de la vida, hay momentos en los que callar todo lo que sentimos puede consumimos lentamente. Aprendemos del Señor que un grito verdadero, humilde y confiado, puede ser oración y fuente de salvación.

Una invitación del Papa

León XIV concluyó su catequesis con un llamado: aprender el “grito de la esperanza” cuando llegue la hora de la prueba. No un grito de rabia contra el mundo, sino un clamor que abre el corazón a Dios. Así como en Jesús el aparente final fue el inicio de la salvación, también nuestros gritos, unidos al suyo, pueden convertirse en luz para nosotros y para quienes caminan a nuestro lado.

 

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