P. Fredy Peña T., ssp
La propuesta de Jesús es innovadora. puesto que su mensaje no es únicamente para un grupo selecto, sino que su anuncio ha de llegar a todos. Por eso que sus consignas e instrucciones misioneras a los primeros evangelizadores apuntan a lo siguiente: la premura del anuncio, el método, el contenido y las dificultades. La Buena Noticia que trae Jesús se hará efectiva en la medida que haya una práctica que le sea beneficiosa. Es decir, quien asuma la responsabilidad de servirlo debe estar dispuesto a llevar su mensaje a todos y compartir lo poco o mucho que posee con los enfermos y excluidos de la sociedad.
El envío de los setenta y dos es un relato propio de san Lucas, que no se encuentra en los otros evangelios, y el número tiene un valor simbólico, que recuerda al de los ancianos que participaron del espíritu y la misión de Moisés en el Sinaí (cf. Núm 11, 25), pero al mismo tiempo alude a la universalidad del mandato del Señor. Además, el envío de dos en dos a sus discípulos tiene un valor jurídico según la Ley (cf. Deut 17, 6; 19, 15). De este modo, el Señor enseña la necesidad de trabajar en “equipo”, en “comunidad” y espera que sus discípulos confíen entre sí y aprendan a colaborar en una obra de la que no son dueños, sino “testigos” y “servidores”.
Hoy vivimos en un escenario hostil para la misión, pues la incredulidad, de ser un reducto de las minorías intelectuales, ha pasado a ser patrimonio de masas. Urge una nueva evangelización, empezando por la familia y los nuevos bautizados, pues en la sociedad actual, sin Dios y donde ronda el desencanto religioso, es urgente no solamente “anunciar” sino también orar por estas realidades. En efecto, una oración es cristiana cuando tiene una dimensión universal y manifiesta una clara disponibilidad para la causa del evangelio. De ser así, el discípulo de Jesús puede producir frutos, pero aun siendo exitoso en ello no debe ser motivo de vanagloria y orgullo, puesto que lo que importa es su contribución a la construcción del Reino, la lucha contra el mal y la liberación de las personas.
“No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo'” (Lc 10, 20).