P. Fredy Peña T., ssp
El vaticinio por parte de Jesús de la ruina del Templo suscita la inquietud acerca de cuándo sucederá y cuál será la señal. La respuesta escatológica o de los «últimos tiempos» enumera tres señales: la destrucción del Templo y Jerusalén (ocurrida en el año 70 d. C.); la Venida del Hijo del Hombre; y, el fin del mundo. Pero la destrucción de Jerusalén no es únicamente un signo del final de los tiempos para Jesús. Por eso, enfatiza la importancia de que sus discípulos estén preparados para no dar crédito fácilmente a malos presagios de charlatanes o falsos mesías y así no sucumban ante la persecución de los enemigos del Evangelio.
Jesús utiliza el lenguaje apocalíptico, con calamidades o catástrofes, pero que no se pueden tomar al pie de la letra, ya que, el fin del Templo se asociaba en el judaísmo con el «fin del mundo». Por lo tanto, en Jerusalén nadie podía quedar indiferente ante semejante crisis. De hecho, Jerusalén es presentada como paradigma de lo que es el juicio del Señor. Juicio que el propio Jesús intenta explicar e iluminar, ya que cuando él habla del fin del mundo no se refiere al término de este mundo como tal, sino del «fin de nuestro mundo personal sin él».
Jesús al alertar a sus discípulos para que no se dejen engañar ante las «malas noticias», que no difieren de las de hoy, ya que las convulsiones religiosas, políticas, cósmicas, guerras, revoluciones, etcétera las vivimos también actualmente. Ante estos malos presagios, el Señor nos dice cómo responder a quienes nos atormenten con la noticia acerca del «fin del mundo». Por lo tanto, qué es lo que cada creyente debe tener claro, que el Mal nunca será un obstáculo para Dios, pues, el Señor se sirve de Él para hacer prevalecer el Bien. En este sentido, el apóstol san Pablo nos enseña que, a pesar de todas las persecuciones o problemas, los cristianos tenemos una firme esperanza en la persona de Jesús lo que nos lleva a no desentendernos de la realidad (cf. 1Tes 3, 11-13): la meta es Dios y eso nos compromete con nuestro trabajo y esfuerzo en este mundo, a fin de acoger el Reino de Dios en la tierra.
«Jesús respondió: “Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: ‘Soy yo’, y también: ‘El tiempo está cerca’. No los sigan”» (Lc 21, 8).