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El Domingo Digital

“Dios, no es un Dios de muertos, sino de vivientes”

“Dios, no es un Dios de muertos, sino de vivientes”

Chile San Pablo |

Con mucha habilidad, los saduceos, que no creían en la resurrección, tienden una trampa a Jesús, con una pregunta de tipo casuístico, basada en la ley del levirato (Deut 25, 5s). Si bien estos se preocupan por mantener la herencia dentro de las familias, no creen que la resurrección traiga consigo una esperanza en un mundo renovado, donde hombres y mujeres no se relacionen en términos de propiedad y dominación.

Ante esta forma de pensar, Jesús plantea tres cuestiones importantes: en primer lugar, el matrimonio es una realidad temporal, natural y necesaria para la prolongación de la especie. Segundo, en la resurrección, los vínculos de amistad o familiar serán distintos y con otro matiz. Además, la resurrección no es la simple prolongación de esta vida con sus necesidades, sino un estado de vida absolutamente pleno, porque ya no habrá necesidades por satisfacer.

En Jesús, Dios nos da la Vida eterna y para todos. Quienes creen en él mantienen la esperanza de una vida aún más verdadera que la actual. He aquí por qué Jesús afirma: «Dios no es de los muertos, sino de los vivos, para que todos vivan en Él». Esta es una ligación definitiva; la alianza fundamental es aquella con Jesús; él mismo es la Alianza, él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado ha vencido la muerte. De este modo, la respuesta de Jesús es luminosa y decisiva, porque pone en evidencia la idea errada que los saduceos tienen de la resurrección, pues la «resurrección final» no es el retorno a la vida terrena, sino una vida completamente nueva de relación con Dios. Nuestra condición humana será totalmente transformada, ya que disfrutaremos de una plenitud liberadora.

De hecho, Jesús afirma que después de la resurrección los hombres serán como ánge­les; por tanto, tendrán una existencia espiritual, pero con un cuerpo resucitado. Como creyentes, debemos comprender que la Vida eterna no es una reproducción mejorada hasta el infinito de la vida actual, sino que es la plenitud de la vida que recibimos como don de Dios.

«En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán» (Lc 20, 34ss).

P. Fredy Peña T., ssp  

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