P. Fredy Peña T., ssp
Jesús y sus discípulos llegan a la región de Cesarea de Filipo. Allí, el Señor acoge la confesión de fe en su mesianismo y divinidad proclamadas por Simón, quine recibe, a su vez, el sobrenombre de Pedro, “roca firme”. A la pregunta de Jesús acerca de: “¿quién dice la gente sobre el Hijo del hombre? Lógicamente, los discípulos señalan lo que han recogido del clamor y lo que se rumorea: unos dicen que Juan Bautista, otros que Elías, Jeremías o uno de los profetas. En efecto, el pueblo ve en Jesús a uno más entre los grandes de la historia de Israel, pero ese juicio es insuficiente si no llega a la intuición de san Pedro para percibir en él un paradigma de humanismo: el defensor de los pobres o la voz de los oprimidos.
Hemos de considerar que no basta con decir que Jesús es un “héroe de la caridad” o esos rasgos humanos superlativos de su persona si no se confiesa su carácter divino. Es decir, si Jesús es puro hombre no puede salvar al hombre. Por eso, que la esencia de la fe cristiana consiste en afirmar bajo la moción del Espíritu Santo que Jesús es el Hijo de Dios. Así, lo afirma el apóstol san Pablo “Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo… y todos hemos bebido de un mismo Espíritu, (1Cor 12, 13). En efecto, todo creyente que es capaz de hacer esta profesión de fe ha sido iluminado por el Padre lo mismo que san Pedro en Cesarea.
Asimismo, la doble pregunta de Jesús acerca de su identidad hace que aparezca con claridad la diferencia entre la opinión de la gente y de los discípulos, pues, la ratificación de san Pedro sobre la divinidad de Jesús se plasma en: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Es decir, “vivo” significa el que posee la vida y la comunica. Es el Dios vivificante que nos salva como el Hijo, dador de vida y vencedor de la muerte.
“Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’” (Mt 16, 16).