P. Fredy Peña T., ssp
La parábola del administrador astuto confirma que los hijos de la luz han de imitar la agudeza y previsión que en sus negocios ponen los hijos de este mundo. En efecto, la enseñanza del Señor apunta al uso adecuado de los bienes y recursos disponibles, sobre todo en un escenario donde hay desigualdad social. Además, Jesús advierte que no es posible conservar la lealtad a dos señores, porque el único señorío digno es el culto al Dios de la vida y la libertad, el Señor.
Cuando Jesús argumenta que no se puede servir a Dios y al dinero, nos está advirtiendo el peligro del materialismo, que si no es bien llevado puede convertirse en una idolatría. En cambio, si sabemos administrar los bienes, teniendo en cuenta las exigencias evangélicas, seremos dignos de recibir el verdadero bien, que viene del propio Jesús. Ahora, podemos preguntarnos ¿por qué el Señor propone esta enseñanza? Quizás para dilucidar cómo los hombres son sagaces para resolver problemas que los afectan en situaciones de apremio, pero también para “despertar” y tener una actitud decidida hacia la persona de Jesús.
Generalmente, los creyentes no ponemos mucho empeño en la vida espiritual, como el que puso el administrador infiel para arreglar su situación contractual. A esto se refiere Jesús cuando dice que los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz…, pero alguien puede decir Yo no hago daño a nadie. Sin embargo, no se trata solo de no hacer nada malo, sino de dejar de hacer el bien y después ¿a quiénes hacemos ese bien? ¿A los más cercanos? No creamos que por aportar el diezmo o dar limosna contentamos a Dios si mientras tanto, en el día a día, somos hijos de la injusticia con nuestro prójimo. Por eso, tengamos presente que somos meros administradores y solo por un breve tiempo de lo que tenemos y que el dinero es solo un medio y no un fin en sí mismo.
“Ningún Servidor puede servir a dos Señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro” (Lc 16, 13).