Leccionario Santoral: 2Cor 4, 7-15; Sal 125, 1-6; Jn 17, 1. 11-19.
LECTURA 1Tim 3, 1–13
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a Timoteo.
Querido hijo: El que aspira a presidir la comunidad desea ejercer una noble función. Por eso, el que preside debe ser un hombre irreprochable, que se haya casado una sola vez, sobrio, equilibrado, ordenado, hospitalario y apto para la enseñanza. Que no sea afecto a la bebida ni pendenciero, sino indulgente, enemigo de las querellas y desinteresado. Que sepa gobernar su propia casa y mantener a sus hijos en la obediencia con toda dignidad. Porque si no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar la Iglesia de Dios? Y no debe ser un hombre recientemente convertido, para que el orgullo no le haga perder la cabeza y no incurra en la misma condenación que el demonio. También es necesario que goce de buena fama entre los no creyentes, para no exponerse a la maledicencia y a las redes del demonio. De la misma manera, los diáconos deben ser hombres respetables, de una sola palabra, moderados en el uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas. Que conserven el misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se los pondrá a prueba, y luego, si no hay nada que reprocharles, se los admitirá al diaconado. Que las mujeres sean igualmente dignas, discretas para hablar de los demás, sobrias y fieles en todo. Los diáconos deberán ser hombres casados una sola vez, que gobiernen bien a sus hijos y su propia casa. Los que desempeñan bien su ministerio se hacen merecedores de honra y alcanzan una gran firmeza en la fe de Jesucristo. Palabra de Dios.
Comentario: El Autor expresa su preocupación por la armonía y buen orden de la comunidad y se centra en dos cargos de responsabilidad: el obispo y los diáconos. Ambos títulos vienen del mundo civil-religioso griego y fueron aceptados por los cristianos para designar a sus líderes. Sin embargo, no alcanzan los buenos deseos ni menos las ambiciones personales para poder asumir la conducción de una comunidad eclesial. Quienes se postulen o sean elegidos deben ser irreprochables, sobrios y pacíficos.
SALMO Sal 100, 1-3. 5-6
R. ¡Procederé con rectitud de corazón!
Celebraré con un canto la bondad y la justicia: a ti, Señor, te cantaré; expondré con sensatez el camino perfecto: ¿cuándo vendrás en mi ayuda? R.
Yo procedo con rectitud de corazón en los asuntos de mi casa; nunca pongo mis ojos en cosas infames. Detesto la conducta de los descarriados. R.
Al que difama en secreto a su prójimo lo hago desaparecer; al de mirada altiva y corazón soberbio no lo puedo soportar. R.
Pongo mis ojos en las personas leales para que estén cerca de mí; el que va por el camino perfecto es mi servidor. R.
ALELUIA Lc 7, 16
Aleluia. Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo. Aleluia.
EVANGELIO Lc 7, 11-17
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, Yo te lo ordeno, levántate». El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo». El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina. Palabra del Señor.
Comentario: Jesús actúa con prontitud y naturalidad, primero dando consuelo: “no llores”; y segundo, restituyendo la vida del joven, “resucitándolo”, para una madre que había perdido a su único hijo. La presencia de Jesús y su Palabra no solo es purificadora o consoladora, sino también restaura la propia vida.