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Rerum Novarum, the social encyclical of Leo XIII

4 de agosto: San Juan María Vianney, p. (MO). Blanco.

4 de agosto: San Juan María Vianney, p. (MO). Blanco.

Chile San Pablo |

Día del Párroco. Leccionario Santoral: Ez 3, 16-21; Sal 116, 1-2; Mt 9, 35—10, 1.

LECTURA Núm 11, 4-15 

Lectura del libro de los Números.

Los israelitas dijeron: «¡Si al menos tuviéramos carne para comer! ¡Cómo recordamos los pescados que comía­mos gratis en Egipto, y los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos! ¡Ahora nuestras gargantas están resecas! ¡Estamos privados de todo, y nuestros ojos no ven nada más que el maná!». El maná se parecía a la semilla de cilantro y su color era semejante al del bedelio. El pueblo tenía que ir a buscarlo; una vez recogido, lo trituraban con piedras de moler o lo machacaban en un mortero, lo cocían en una olla, y lo preparaban en forma de galletas. Su sabor era como el de un pastel apetitoso. De noche, cuando el rocío caía sobre el campamento, también caía el maná. Moisés oyó llorar al pueblo, que se había agrupado por familias, cada uno a la entrada de su carpa. El Señor se llenó de una gran indignación, pero Moisés, vivamente contrariado, le dijo: «¿Por qué tratas tan duramente a tu servidor? ¿Por qué no has tenido compasión de mí, y me has cargado con el peso de todo este pueblo? ¿Acaso he sido yo el que concibió a todo este pueblo, o el que lo dio a luz, para que me digas: “Llévalo en tu regazo, como la nodriza lleva a un niño de pecho, hasta la tierra que juraste dar a sus padres”? ¿De dónde voy a sacar carne para dar de comer a todos los que están llorando a mi lado y me dicen: “Danos carne para comer”? Yo solo no puedo soportar el peso de todo este pueblo: mis fuerzas no dan para tanto. Si me vas a seguir tratando de ese modo, mátame de una vez. Así me veré libre de mis males». Palabra de Dios.

Comentario: El relato presenta a un grupo de personas que se queja del único sustento que posee, el maná. Así, el pue­blo se muestra insatisfecho, rebelde y con nostalgia de su pasado. No obstante, el pueblo le reclama a Dios, es decir, puede liberarse, pero prefiere lamentar lo que han dejado, en lugar de hacer algo por ser libre.

SALMO Sal 80, 12-17

R. ¡Escuchemos la voz del Señor!

Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no me quiso obedecer: por eso los entregué a su obstinación, para que se dejaran llevar por sus caprichos. R.

¡Ojalá mi pueblo me escuchara, e Israel siguiera mis caminos! Yo sometería a sus adversarios en un instante, y vol­vería mi mano contra sus opresores. R.

Los enemigos del Señor tendrían que adularlo, y ese sería su destino para siempre; Yo alimentaría a mi pueblo con lo mejor del trigo y lo saciaría con miel silvestre. R.

ALELUIA Mt 4, 4

Aleluia. El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Aleluia.

EVANGELIO Mt 14, 13-21

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

Al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Ape­nas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Éste es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos». Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos». Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados». «Tráiganmelos aquí», les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuye­ron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. Palabra del Señor.

Comentario: En el signo del pan y del vino, Jesús exige que la fuerza del amor supere cada laceración y al mismo tiempo que se convierta en comunión con el pobre, apo­yando al débil y brindando atención fraterna a cuantos les cuesta sostener el peso de la vida cotidiana. Por eso la Eucaristía nos permite no disgregarnos, porque es vínculo de comunión y signo viviente del amor de Cristo, que se ha humillado e inmolado para que nosotros permaneciéramos unidos.

 

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