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Ascensión del Señor, promesa a la Vida eterna

Ascensión del Señor, promesa a la Vida eterna

Chile San Pablo |

Fredy Peña T., ssp

Al igual como el pueblo judío anduvo cuarenta años en su éxodo de Egipto hasta llegar a la tierra prometida, Jesús también cumple su éxodo Pascual. En un mismo período de días sus apariciones y enseñanzas se plasman hasta volver al Padre. Así, la Ascensión se constituye en un momento más del único Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo. Además, expresa la dimensión de exaltación y glorificación de la naturaleza humana de Jesús como la humillación padecida en su muerte.

Si bien la Ascensión es despedida, es decir, fin del tiempo pascual, también es eleva­ción al cielo o misterio de glorificación. Al mismo tiempo es promesa, puesto que Jesús no solamente retorna al Padre, sino que media por su Iglesia, envía el Espíritu Santo y promete su retorno. En efecto, entre la Ascensión y el retorno es el tiempo de la Iglesia, es decir, de la vida del creyente, de la misión, del ministerio y el servicio a Dios desin­teresado. Los creyentes, en el acontecimiento de la Ascensión, tenemos la oportunidad de vislumbrar una señal de esperanza, capaz de sostener la difícil tarea de ser testigos creíbles, apasionados y enamorados de Jesús.

En los primeros siglos del cristianismo el discurso de Diogneto nos decía: “los cristianos viven en la tierra, pero su carta de ciudadanía está en el cielo”. En efecto, hubo un tiempo en que hablar de cielo y de la esperanza celestial era visto como alienación. Pero no lo es, ya que hablar de cielo sin compromiso cristiano eso sí que es alienación. Porque Jesús nos enseña, con la Ascensión, que anhelar el cielo es la gran y definitiva esperanza. Y por eso la santidad es la gran vocación cristiana, porque ella nos lleva a la Vida eterna que es nuestra gran meta.

Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día” (Lc 24, 46).


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