Monseñor Guillermo Vera Soto, Obispo de Rancagua
El año 1550 la Cruz de Cristo fue plantada en tierras de la actual región de O’Higgins; en ese momento comenzó una gran tarea evangelizadora donde órdenes religiosas, como los mercedarios, agustinos, franciscanos y jesuitas, dieron lo mejor de sí para hacer que los naturales de esta tierra conocieran la cercanía de Dios manifestada en Jesús y en la Virgen María, quien en sus diversas advocaciones fue acogida como la Buena Madre.
Esta tierra de por sí fértil fue mejor campo en el corazón de sus gentes, que aceptaron el evangelio y comenzaron a vivir de acuerdo con él.
La tarea evangelizadora trajo consigo desarrollo e innumerables obras de caridad y servicio, que hacían sentir a estos nuevos hijos de la Iglesia la dignidad que tenían y lo valiosos que eran a los ojos de Dios. Fue en la familia cristiana donde se vivió y cultivó la fe; en ella se desarrollaron prácticas piadosas que hasta hoy subsisten: el rezo del rosario, las novenas de santos y difuntos, el canto a lo divino, Cuasimodo, peregrinaciones, misiones, etc., las que dan una fuerte identidad católica a la región.
Hace 100 años, en 1925, el Papa Pio XI, considerando que esta comunidad de Iglesia estaba madura, creó la diócesis de la Santa Cruz de Rancagua, la que contempla las 3 provincias y 33 comunas de la Región de O’Higgins. 67 Parroquias y más de 700 capillas, los santuarios de Santa Rosa en Pelequén La Purísima de la Compañía, San Judas Tadeo en Malloa, La Merced en Alcones, la Inmaculada en Puquillay, San Andrés en Ciruelos, San Expedito en Rosario, son lugares donde los creyentes viven y alimentan su fe; cerca de 100 sacerdotes, entre diocesanos y religiosos, junto a 70 diáconos y una gran cantidad de catequistas acompañan la fe de los creyentes, 5 seminaristas son un signo de gran esperanza.
Esta diócesis cuenta también con la presencia de 15 congregaciones femeninas que hacen sentir la ternura de Dios en el campo de la educación, la atención a ancianos y enfermos y la pastoral parroquial. Además, un gran regalo de Dios es el poder contar con tres monasterios contemplativos: las Benedictinas, las Adoratrices y los Trapenses.
Sin duda, en la región hay una gran potencialidad apostólica que, unida a la fe de cada familia y de cada creyente, habla de una vitalidad de vida de Iglesia que es un gran don de Dios y una tarea para laicos y consagrados, quienes deben saberla cuidar y acrecentar.
Con este compromiso es que durante este año rezamos diciendo: Contemplando la Cruz salvadora de tu Hijo, que ha sido luz de tantas vocaciones sembradas por ti, báculo de nuestros pastores y esperanza para los desamparados; suplicamos que Jesús nos regale la fuerza del Espíritu, que con su gracia nuestras familias sean bendecidas y fortalecidas, para ser cuna de fe, escuela de hombres y mujeres cristianos, deseosos de anunciar tu Reino con renovado fervor.
En el centenario de la diócesis de Rancagua, es justo tener una mirada agradecida a la obra de Dios en este lugar, a la generosidad y fidelidad de obispos, consagrados y laicos que han vivido su fe con disposición de discípulos y misioneros, los que nos permiten gozar hoy de una comunidad creyente viva y que nos hace mirar con esperanza cierta que la vida de fe seguirá dando fruto.
Al Señor le pedimos nos ayude a seguir construyendo la Iglesia diocesana de la santa Cruz de Rancagua, que esta sea un recinto de verdad, de amor, de libertad, de justicia y de paz, encontrando todos en ella un motivo para permanecer en la esperanza.