Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena
Este domingo 19 de octubre y 29° del Tiempo Ordinario, la comunidad cristiana, fijando su mirada en lo esencial del Día del Señor, la convocatoria a celebrar el misterio de Cristo Resucitado, tiene presente también la 99ª Jornada Mundial de las Misiones (DOMUND) - 2025.
Junto con manifestar gran agradecimiento a Dios por el don de la fe, también a nuestros padres que nos presentaron a la Iglesia para el bautismo, como a la comunidad cristiana que nos ha acogido en la catequesis y en tantas otras instancias de formación y crecimiento en la vida espiritual, solicitamos al Señor fortaleza para perseverar con audacia y creatividad en el servicio misionero al cual Él nos convoca especialmente en este día. El Santo Padre Francisco, de venerada memoria, entregó a la Iglesia su Mensaje titulado: Misioneros de esperanza entre los pueblos. En la imposibilidad de transmitir su contenido, invito a leerlo, reflexionarlo y difundirlo, en cuanto sea posible (https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2025/02/06/060225a.html).
Corresponde en este domingo el evangelio de Lucas 18, 1-8, la parábola del juez y la viuda. Su finalidad la presenta el Señor antes de comenzar el relato: “Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse” (v 1). Se percibe de la parábola que la viuda habría sufrido una injusticia y el juez al que recurría no la consideraba. Sin embargo, tomó su demanda reflexionando: “Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, así no seguirá molestándome” (vv 4-5). De esta breve parábola el Señor presenta observaciones: “Fíjense en lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos si claman a Él día y noche? ¿Los hará esperar?” (vv 6-7) y concluye: “Les digo que inmediatamente les hará justicia” (v 8), para dejar planteada la interrogante: “Sólo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra? (v 8).
Con esta breve parábola el Señor enseña la importancia decisiva de la oración. En ella patentiza la perseverancia de la viuda. El juez actúa concediendo la justicia que ella buscara. No podemos comparar a Dios con el juez de la parábola, que “ni temía a Dios ni respetaba a los hombres” (v 2), tampoco la perseverancia indicaría tratar de convencer a Dios, para que, al fin, cumpla nuestro anhelo. La oración es sobre todo nuestra respuesta agradecida al amor, bondad y misericordia con que Él nos ha favorecido y bendecido a lo largo de nuestra vida. Naturalmente, también es de petición, manifestación de nuestra absoluta confianza en Él, conscientes que nuestro aporte es necesario en relación a cuanto le estamos suplicando, vale decir, oración que comporta compromiso.
Después de acoger en la celebración eucarística la Palabra y la enseñanza de Nuestro Señor, es preciso tener presente en este día la petición de los apóstoles: “Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos” (Lc 11, 1). ¡Qué nuestra oración sea como la de Él, transmitida en el testimonio de su Palabra!
En este día oremos juntos por aquellos hermanos nuestros que aún no conocen a Cristo y su Mensaje salvador. Que también en esta intención escuchemos lo que el Señor nos dice hoy en su enseñanza: “hace falta orar siempre sin cansarse” (v 1). Él nos sostenga en la oración perseverante en esta y otras numerosas intenciones.