P. Fredy Peña T, ssp
El relato del evangelio de san Lucas pone al descubierto la actitud de dos personajes femeninos ante la presencia del Señor. La escena es una lección de cómo debemos dar prioridad a las cosas de Dios para quedarnos con la mejor parte –Jesús–, así como lo escogió María. Pero también concientizar en la calidad de amor que somos capaces de dar. A primera vista, Marta y María son como la contraposición. Mientras Marta se afana del quehacer cotidiano, María se dedica a contemplar a su huésped. Es decir, se vive como un antagonismo entre la acción y la mística. Bien lo entendió san Ignacio de Loyola, pero le dio una armonía: “ser contemplativos en la acción”.
Sin duda que la intención de Jesús no es plantear una polémica excluyente entre la acción y la contemplación para valorar una y descartar la otra. De ninguna manera, simplemente que el foco de atención ha de estar en la acogida que le damos al Reino de Dios o a las cosas de Dios. ¿Con qué diligencia o premura lo hacemos? Porque no se trata de una confrontación entre lo que es espiritual versus lo activo, sino de entender que la escucha de la Palabra de Dios es lo absoluto y primero en la vida del creyente.
Marta cumple con lo establecido o lo que dice la Ley de la acogida y la hospitalidad; ella es aquel creyente que se ha quedado en el “cumplir”, es decir, hace lo que le corresponde, pero sin espíritu y sentido. En efecto, la “preocupación” de Marta le impide reconocer y dar la hospitalidad al Señor y su Palabra. En cambio, María cumple con la norma de la hospitalidad, pero de una forma distinta. Su actitud es novedosa, puesto que en el judaísmo imperante las mujeres no podían acceder al estudio de la Ley judía. Sin embargo, aprovecha el momento de descanso para ser una oyente y discípula más ante las enseñanzas de su Maestro. Por tanto, escuchar la Palabra de Dios no implica que las personas renuncien a la acción, sino que es quedarse con la “mejor parte” o la “parte más hermosa” (cf. Sal 16): Señor, tú eres mi bien no hay nada superior a ti.
“El Señor le respondió: ‘Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y, sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria’” (Lc 10, 41-42).