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No se dejen engañar. Domingo 33 del Tiempo Ordinario (Lucas 21,5-19)

No se dejen engañar. Domingo 33 del Tiempo Ordinario (Lucas 21,5-19)

Chile San Pablo |

Por Enrique Balzan Caruana, Obispo Auxiliar de La Serena

El texto del Evangelio que nos corresponde meditar y celebrar este domingo nos presenta el último discurso de Jesús antes del inicio de su pasión, muerte y resurrección.  Es un discurso en el cual Jesús advierte de unos sucesos que habrían de pasar por la ciudad de Jerusalén y el pueblo de Israel. La gente escuchando a Jesús debería haberse quedado asustada y preocupada. Por eso le preguntan: ¿cuándo sucederá todo esto? (v 7).  En realidad, la destrucción del templo y de Jerusalén sucedió aproximadamente en el año 70 a.C.  En el tiempo en que escribió Lucas su Evangelio, la Iglesia de ese entonces, sufría persecución en muchas partes del mundo, pues Jesús cuando habla de estos hechos tan precipitosos, no estaba exagerando, sin embargo, el mensaje que Él quería ofrecer es de esperanza y de confianza como leemos al final del texto.

Jesús advierte primeramente contra los falsos profetas anunciadores de destrucciones y desastres que sirven solo para presentar una imagen errónea de Dios. Hasta en nuestros propios tiempos a veces escuchamos ideas, opiniones, predicaciones que presentan el fin del mundo como algo inminente. Intentan causar miedo en las personas, y como consecuencia del temor, la conversión.  Ésta tiene que ser fruto de un encuentro con Jesús, lleno de amor y no de temor.  Dios no es un dios del miedo sino Dios del amor, como bien lo representa la parábola del Hijo Pródigo (cfr. Lucas 15). Jesús advierte: “no se dejen engañar” (v 8ss). Él apela a nuestra inteligencia y capacidad de discernir. No somos creados para actuar como rebaño sino más bien como personas pensantes, capaces de tomar decisiones, de seguir al Buen Pastor (Juan 10) y no a cualquiera.

Jesús habla de lo que ocurriría a sus discípulos, persecuciones, detenciones, juicios, hasta separaciones entre los integrantes de la misma familia. Él presenta un escenario poco feliz. Se podría alguno preguntar ¿vale la pena ser cristiano? o ¿mejor no serlo para evitar todo ello? En realidad, Lucas está relatando lo de la primitiva Iglesia en ese entonces. Lo que escribe, no era nada extraño a la realidad. La comunidad cristiana estaba sufriendo por su fe en Jesús y lealtad al Evangelio. Él nos hace recordar lo que había dicho Simeón a la Virgen María acerca de su Hijo: Será signo de contradicción (Lucas 2, 33). Frente a la predicación del Evangelio uno tiene que tomar una posición. Jesús predicaba el amor, el perdón, la cercanía a los últimos de la sociedad, a aquellos que no tienen voz. Predicaba un Dios compasivo, misericordioso. Está predicación no gustó a los grandes de su tiempo y por eso lo mataron, sin embargo, la última palabra no fue de ellos, sino de Jesús Resucitado. Si Jesús era un signo de contradicción también la Iglesia lo es. Y, en este sentido, los cristianos a menudo se encuentran con persecuciones.

“Sin embargo, no se perderá ni un pelo de su cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas” (v 18).  Así termina el texto de hoy, con una fuerte garantía de salvación. Jesús nos alienta: pase lo que pase, unidos a mí, se salvarán.  Experimentamos varias peripecias en la vida, momentos difíciles y complejos, tiempos de persecución y de prueba, sin embargo, Él siempre está con nosotros.   

 

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