P. Fredy Peña T., ssp
Nos dice Jesús que la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas, es decir, buscar un mejor bienestar de vida siempre será bueno, pero no a cualquier precio y menos si se consigue a base de egoísmo y se forman expectativas absolutas alrededor de él. Para el creyente, su primera preocupación es buscar los bienes que no perecen y que están en la perspectiva divina. Sin duda que la enseñanza de Jesús es para iluminar a aquellos que ponen su total confianza, tiempo y capacidad en ídolos como: los bienes materiales, los títulos profesionales, el estatus social y el intelecto.
La situación que vive Jesús es provocada por un hombre que pide su intervención como árbitro de un litigio con su hermano para compartir su herencia. Pero su interrupción es impertinente, porque no le interesa lo que se está enseñando, sino que su único objetivo está centrado en el problema de su herencia. Jesús se niega a dirimir y manifiesta la avaricia y los intereses egoístas, pues descubre que la herencia del padre ha desatado la ambición, la envidia y la división entre los hermanos.
Las palabras de Jesús iluminan la vida y nos advierte, ya que la lucha por sobrevivir muchas veces se constituye en un fin y no en un medio para ser feliz. En efecto, la parábola presenta la situación de alguien que vivió para acumular y no para “vivir” y se olvidó de dar un sentido adecuado a la riqueza más importante que tiene y no la aprecia: “su propia vida”, como también el comprometerse por los demás. Por eso, ante la cerrazón del que atesora, lo define insensato, esta misma noche vas a morir. Por tanto, el rico de la parábola no es necio por “tener bienes”, sino por asegurar su porvenir desentendiéndose de Dios, a quien no agradece nada, y por no compartir con su hermano su riqueza. El protagonista de la parábola invirtió en su granero para acumular codiciosamente más bienes. Es necesario preguntarnos: ¿en qué estoy invirtiendo mi vida y dónde pongo mis mayores expectativas?
“Pero Dios le dijo: ‘Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?’” (Lc 12, 20).