Mons. Gonzalo Arturo Bravo Álvarez
Obispo de San Felipe de Aconcagua
“Recuerden las maravillas que hizo el Señor” (Salmo 105, 5)
Algo de contexto
El 18 de octubre de 1925 entraba en vigor, en Chile, una nueva Constitución, promulgada solo un mes antes, en la que se separaba al Estado de la Iglesia. Con esa misma fecha, el papa Pío XI, a quien con anterioridad el nuncio Benedetto Aloisi Masella había solicitado la creación de nuevos obispados y firmaba la bula Apostolicismuneris ratio. En ella se erigía la Diócesis de San Felipe de Aconcagua. Pocos días antes, los Obispos de Chile, en una carta pastoral del 20 de septiembre de 1925, habían afirmado que “el Estado se separa en Chile de la Iglesia; pero la Iglesia no se separará del Estado y permanecerá pronta a servirlo…”. Con esto se hacía ver que nada cambiaba de la misión de la Iglesia en la sociedad chilena. En este sentido, ya se puede comprender que la diócesis de San Felipe nace con un gran desafío: ser una Iglesia que anuncia a Jesús y vive su evangelio sin temor.
¿Para qué recordar el paso de Dios en estos 100 años como Diócesis?
Recordar (zājar, en hebreo), en el contexto del mundo bíblico, especialmente en el Libro del Deuteronomio, implica una profunda invitación a rememorar el paso de la esclavitud a la libertad (Deut 5, 15; 6, 12). Este acto de recordar no es meramente una evocación del pasado, sino un llamado a mantener viva la memoria de la liberación como fundamento de identidad y fe (Deut 8, 2). A nivel pastoral, recordar es una herramienta poderosa para fortalecer la comunidad, manteniendo presentes las obras y promesas de Dios (Salmo 77, 11-12). Emocionalmente, recordar significa conectar con experiencias pasadas que han formado nuestra identidad, brindándonos consuelo y esperanza; esa es la experiencia que está detrás del recuerdo cargado de emoción y gratitud de Deut 6, 21-25 y Deut 26, 5-10. Intelectualmente, es un ejercicio que nos permite comprender y aprender de la historia, la que se asume en el presente para proyectarla hacia el futuro. Recordar es, en última instancia, una forma de amar. Amar lo que se ha recibido, apreciarlo y permitir que ese amor nos guíe en nuestras acciones presentes y futuras, integrando el pasado en una visión coherente y esperanzadora del porvenir.
Nuestra celebración del Centenario
Recordar lo que Dios ha hecho en medio de una comunidad de fe fortalece los lazos entre sus miembros, nutre la identidad colectiva y renueva la motivación para seguir adelante en la misión compartida. Es un acto de gratitud y de reconocimiento de las bendiciones recibidas y los desafíos superados. Tantas iniciativas pastorales, sociales, espirituales, educacionales, evangelizadoras deben ser identificadas y propuestas como “don de Dios” a las actuales generaciones. Será esta una tarea primordial en este año.
Nosotros queremos recordar porque es justo reconocer el don de Dios en estos 100 años de evangelización. Es bueno sentir su amor y misericordia a lo largo de la historia. Por último, es necesario proyectar creativamente la historia de amor que Dios ha escrito en nuestra diócesis a distintos niveles, ya sea como toda una porción de la Iglesia católica universal, llamada diócesis, o en sus diversas instancias: parroquiales, escolares, de movimientos, de comunidades, personales.
Es necesario dejarse guiar por el mismo Espíritu de tantos fieles que, en estos años y en estas tierras y mares, han sabido plasmar la experiencia de Jesucristo en su vida personal, familiar y comunitaria. Que esta dinámica nos permita amar el presente y proyectar el futuro con la infinita confianza de saber que “Jesús está con nosotros hasta el fin de los tiempos” (cf. Mt 28, 20).
Esperamos que esta iniciativa sea una hermosa ocasión de celebrar, con sentido eclesial y diocesano, las maravillas que Dios ha hecho en medio nuestro. El recuerdo de los 100 años nos debiera a animar a seguir unidos a Cristo, centro y culmen de nuestra vida personal y eclesial. Que, en compañía de la Virgen María, nos sintamos Iglesia peregrina que se deja renovar por el Espíritu Santo para vivir nuestra condición de hijas e hijos de Dios cada día. Que Dios, por intercesión de san Felipe apóstol y Teresita de Los Andes, nos bendiga.