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Rerum Novarum, the social encyclical of Leo XIII

“Y agregó: ‘levántate y vete, tu fe te ha salvado’”

“Y agregó: ‘levántate y vete, tu fe te ha salvado’”

Chile San Pablo |

P. Fredy Peña T., ssp

La curación de Jesús a los leprosos nos pone frente a aquella actitud del creyente respecto al modo antiguo de entender la Ley y al modo de cómo acogemos la novedad que nos trae Jesús en su persona. Los diez leprosos han recibido –todos– un mismo beneficio, pero solo uno de ellos, un samaritano, reacciona conforme al reconocimiento de una ac­ción gratuita y misericordiosa de Dios. Los otros nueve, que representan al “pueblo de la elección”, mantienen un gesto de ingratitud y lejanía hacia Dios. Es decir, Dios continúa siendo para ellos alguien que exige el cumplimiento de la Ley.

Es sabido que la lepra comportaba una doble desgracia para quien la sufría: la enferme­dad física, por una parte, y la marginación social y religiosa, por otra. Si bien las normas judías contemplaban el reingreso a la vida comunitaria tras la sanación (cf. Lev 13), para la mentalidad de la época era muy improbable, como la resurrección de un muerto.

Asimismo, los leprosos no piden a Jesús ser limpiados de su lepra, pero confían en que si lo “conmueven” obtendrán algún bien de él. Y así se ponen en marcha no por haber comprobado su curación, sino confiando en el poder de la Palabra que han escuchado, pues la fe es el ámbito que hace posible la sanación o la salvación.

Solo el despreciable samaritano, desde una “fe agradecida”, comienza una relación nueva con el Señor y también su conversión. Dar las gracias es una clara señal de buena edu­cación. Pero es más que eso, puesto que es un tesoro que sale del fondo del corazón y nos hace más humanos, sobre todo de cara a Dios: No es digno de recibir bienes mayo­res quien no agradece los dones recibidos (santo Tomás de Aquino). Con la virtud de la gratitud crece el espíritu y nos capacita para que Dios nos bendiga con mayores gracias.

“Y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samari­tano” (Lc 17, 16).

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